Sin lugar a dudas, Venecia y París son ciudades cuya escenografía es propicia pa' quererse. Recuerdo que cuando caminaba por las callecitas venecianas imaginaba que los amantes salían por las noches a acurrucarse entre los puentes, mientras los gondoleros eran testigos de los besos furtivos.
Después en París -a orillas del Sena- encontramos una pareja que discutía encolerizada y pensamos que se trataba de una perdida de tiempo; ya alguien nos había advertido que aquella era una ciudad, no solo bonita, sino además, muy romántica.
Gotemburgo, en cambio, no presenta atractivos de este tipo a pesar de los canales y del gris climático; sin embargo hoy descubrí que aquí la gente también se provee de mimos y arrumacos. Los nórdicos en cuestión ya habían superado los 50 y caminaban juntos, con las manos estrechadas y apacibles sonrisas.
Pensé que se trataba de un amor de estreno, en un momento en el que ya se han superado los arrebatos adolescentes y las formalidades adultas. No imagino -aun- cual sera el motor en estos casos, pero lo que es seguro es que ellos iban encantados en el deseo del otro; cruzando un puente que se presentaba como el mejor de los espacios.
Verlos fue fascinante y animista, no solo porque vistieron la ciudad de empalagosa maravilla, sino porque además me demostraron que el brillo de los ojos en los enamorados es igual a los 15 que a los 60 y luce tan bien como en Venecia o París.
Concluí, entonces, que a las ciudades el romanticismo no les es inherente, así como a nosotros los mortales no nos es inherente la soledad.
Tarareé una canción luego para acompañar mi deambular.
"...cuando me llamó allá fui, cuando me di cuenta estaba ahí..."