Me pasa que últimamente solo leo ficción en los transportes públicos. Diez minutitos de mi casa al laburo y a la inversa, veinte en lo que voy a clases, quince en alguna salidilla y así. No es que me enorgullezca del caso, sino muy por el contrario, me fastidia. Pero entre quedarme sin leer una novela, prefiero ir haciéndolo en muy, pero muy, pero muy, brevísimos episodios. Es más, cuando me voy aproximando hacia alguna parada o estación, comienzo el ritual de sacar el libro y llevarlo en la mano para no perder ni un minuto del suceso.
Dicho ceremonial solo es profanado cuando algún hereje conductor decide convidarnos a todos con música en su más altos descivéles. Normalemente los ritmos son o latinos, o melódicos, o tropicales. Cuando eso sucede, primero hago berrinche por dos cosas: la arbitrariedad del chofer y mi débil poder de abstracción. Después, abatida, dejo que mi voz entone la canción; porque -muy a mi pesar- suelo conocerlas en su mayoría.
1 comentario:
puede ser arbitrariedad del conductor.. y la arbitrariedad de la gente con celulares ultimo modelo con musiquita a todo lo que da! pura impunidad eso!!! saludos viki!
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