martes, 23 de septiembre de 2008

En un hostal

Hace trece días que vivo en un hostal. La sensación es de extrañeza; me molesta no poder desarmar la mochila, tener todo desordenado por el cuarto, compartir el baño con tantos ajenos.
Sin embargo, también tiene su encanto. A veces me da la lata pensar que estoy de tránsito y que -en unos años- diré "cuando yo vivía en un hostal" y va a sonar a mucha lleca.
Pero lo que mas me gusta es ver el movimiento de estos lugares; la entrada y salida constante de gentes y caras anónimas que llegan a pasar las noches y tomar desayunos (¿que otra cosa se puede hacer en los hostales?).
Sin embargo, en este espacio hay una madre y un hijo que permanecen. Ambos son demasiado flacos y solo consumen comidas -creo yo- macrobióticas. Ella está triste, él enojado. Apenas si se dirigen la palabra en sus cenas a deshoras. Ella circula de pijamas todo el día, él de tanto en tanto se fuma un cigarrillo.
Cuando los miro, pienso que en ellos el tránsito está de embotellamiento y que en muchos años, cuando lo recuerden, quizás se les retuerza el estomago. Seguramente, cuando yo me valla, ellos ni siquiera lo habrán notado; yo, en cambio, espero no olvidarme de la estética de la tristeza, delgada y larga, así es como les duele.

1 comentario:

Anónimo dijo...

estas en un hostel y estas viva
listo
contesta mails de vez en cuando