Me encantan las celebraciones. Organizar fiestas, que se llene de gente, que se baile, se cante, se converse, la gente se encuentre, se mire, se divierta, se produzcan flechazos, rechazos, y hasta golpazos, si es que estamos felices. Sin embargo, los instantes previos a la hora de la convocatoria, me generan un vioner que ni les cuento.
Para no intranquilizarme, me digo a mi misma que estoy sufriendo el síndrome María Pachado, una niña de mi infancia que todos los años, vestida de gala, se paraba en la puerta de su casa a esperar que lleguen los invitados. Como a mí nunca me invitó pasaba de largo, pero sospecho que la gente llegaba en algún momento, sino no se explica la recurrencia de la escena.
Calma, calma, ya han de comenzar a caer. La historia de María Pachado me tranquiliza.
Riiiiiiiiiiing
¿Quién es?
Bajo
Para no intranquilizarme, me digo a mi misma que estoy sufriendo el síndrome María Pachado, una niña de mi infancia que todos los años, vestida de gala, se paraba en la puerta de su casa a esperar que lleguen los invitados. Como a mí nunca me invitó pasaba de largo, pero sospecho que la gente llegaba en algún momento, sino no se explica la recurrencia de la escena.
Calma, calma, ya han de comenzar a caer. La historia de María Pachado me tranquiliza.
Riiiiiiiiiiing
¿Quién es?
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