lunes, 19 de enero de 2009

Rancio

El lugar era lúgubre desde el comienzo y eso que veníamos cargando una luminosidad espasmódica. El aire pintaba rancio e inmóvil y un reggaeton anónimo ladraba en la radio mientras nosotros deliberamos sobre verduras pertinentes para la parrilla.
El chico que nos atendía no superaba los 20 años y su resignación era propia de un domingo por la tarde, a quien se le podía ocurrir querer verduras. Apenas si nos escuchaba mientras ponía con desgano los pimientos en la bolsa. Su apatía era tal que ni siquiera se detuvo a pensar la tarifa y dibujo una cifra que resultó altamente conveniente. Lo único que atinó a decir fue que se pagaba adentro.
Tras el mostrador una chica volaba sueños más jugosos para la vida sin importar nuestra presencia. A su espalda un hombre apoyaba su falsa y blonda cabellera sobre la pared y dejaba caer los brazos vencidos por el peso de un aburrimiento insoportable. Pagamos y nos fuimos.
Al salir, dijimos que la oscuridad del ambiente era avasallante y se me vino a la mente el burdel de Donoso en Lugar sin límites; la escena era digna de una novela decadentista.
Por suerte el aire afuera era limpio y claro. Y se nos dio por reír.

No hay comentarios: