Yo soy una persona muy deseosa. Estoy convencida de que la vida se activa a partir de los anhelos, que siempre es preciso un leiv motiv y que no hace falta que sean todos proyectos ambiciosos, basta con querer comer una torta de chocolate, o salir a dar una vuelta o hablar con una amiga.
Ahora bien, una vez que se encuentra un deseo, hay que empezar a pensar como hacerlo viable. Dirán algunos que todos los deseos lo son, diré que en parte si y en parte no.
Por ejemplo, si el antojo es el de torta, puedo o bien hacerla yo misma, o bien comprar una en alguna panadería, o salir a tomar un café con una porción grande, grande. Si en cambio, tengo interés en ir a deambular la calle, puedo simplemente tomarla por mi cuenta, dependerá de si quiero hacerlo sola o acompañada. Y si lo que ambiciono es hablar con una amiga, nada mas discar el número de su casa y ya.
Hasta aquí hecha mi parte, pero puede pasar que sea demasiado tarde en la noche para saciar el apetito de chocolate, o que llueva muchísimo y mi calle esté inundada, cuestión que imposible salir siquiera a la vereda, o que mi amiga no esté y no la pueda encontrar por ninguna parte. En todos estos casos, la viabilidad de los deseos es algo que excede mis afanes y/o empeños.
Lo que es importante tener en cuenta -o al menos a mi me sirve en el trajín- es que mas allá de que se satisfaga o no el deseo, no hay que menospreciar las ganas que uno le puso al asunto, saber hacer un balance e ir perfeccionándose en el desear. Nada garantiza que se cumplan todos, toditos, pero al menos en la gimnasia vamos manteniéndonos en forma.
Hay que estar preparado para correr una maraton, así también para pedir un deseo. No hay que perder de vista la posibilidad de la derrota, pero tampoco hay que embarcarse en una empresa sin convicción.
En síntesis: racionalizar el deseo para hacerlo viable, cruzar mucho los dedos y pedir siempre de a tres, así tenemos un poco mas de margen.
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