Mi hermana, la menor, goza de ciertos privilegios propios de su condición de benjamina de una familia con seis hermanos todos desperdigados.
Por lo general no suele llamar nunca, a menos que acontezca alguna urgencia, entonces como si nada levanta el tubo y hace la petición. Poco le reclamamos a la pequeña y -aunque resonguemos unos minutos frente al teléfono- sabemos que es en vano; volverán a pasar días hasta la próxima aparición. La queremos así, así habremos de aceptarla.
Casualmente hoy mandó mail, solicitándome le visara un ensayo que había escrito para filosofía. Pronta a cumplir la tarea me puse a leer el trabajo que iba sobre el empeño pesimista de algunos y sus imposibilidades para ver toda la gama cromática que ofrece la paleta.
El escrito me sorprendió gratamente: por la lucidez, por la atinada elección en las palabras, por la seriedad con la que afrontaba el asunto y -sobre todo- porque es mi hermana y me da orgullo.
Terminaba su disertación llamándonos a la reflexión: "¿Como puede dañarnos un poco de esperanza?"
Tenía razón. ¿Como puede?
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