viernes, 10 de octubre de 2008

Gamlestadtorget

Una de las limitaciones de estar en un país del que no se maneja su idioma es la dificultad para entender los carteles. Hoy -en el apuro- me tomé un tranvía equivocado.
El asunto es que al darme cuenta me bajé en la siguiente parada (Gamlestadtorget), para desandar el camino y recuperar el norte. La escena era la siguiente: noche cerrada, frío nórdico, viento que soplaba fuertecito, la parada un yermo desolado, nadie alrededor, el próximo tren llegaba en cuatro minutos. Panorama trillado de película de terror.
De repente una mujer, cargada de bolsas y con una de sus botas rotas, llega a esperar conmigo. Hablaba por teléfono y se notaba perturbada. Segunda limitación idiomática: no entendía nada de lo que decía. Entonces rompe en llanto (la cosa ya era thriller con sesgo dramático) y cada vez con más fuerza, entrecortado, atragantada. No imagino que le habrán estado diciendo del otro lado del teléfono, pero lo que era claro es que ella sentía miedo, su llorar nada tenía que ver con la tristeza, no, no.
Cuando llegó el tranvía, subimos por puerta diferentes. Creo haber escuchado el grito de un hombre al otro lado de las vías, pero no sé. Al fin y al cabo hubiese seguido sin cazar palabra y ya a esas alturas solo quería irme de ahí.
No es que tuviera miedo, que va. Simplemente no me gusta mojarme, además céfiro ya empezaba a susurrar.

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