No soy de las que creen que las películas que se hacen basadas en libros famosos, best-seller, o al menos taquilleros, nunca superarán a la ficción de la que provienen. Trato de darle a cada manifestación la autonomía que se merece: toda versión tiene su estilo, su originalidad, su esencia.
Sin embargo es inevitable que, al verlas, tenga la otra historia en la cabeza. Suele sucederme que mientras se proyectan las imagenes frente a la pantalla, yo voy dando vueltas las hojas del libro. Es común que, cuando se acabe la película, resten todavía palabras impresas; pero es lógico, la tarea de adaptación no debe ser sencilla, he imagino titánicamente insoportable guionar en su totalidad la historia de la Karenina, por ejemplo.
Aún así he visto grandes trabajos, interpretaciones maravillosas de libros igualmente bellos y otros que se vieron francamente beneficiados gracias al buen tino del director.
En fin que caben miles de variantes, pero no puedo dejar de mostrar mi disgusto con la acontecido recientemente. Digo que decido ver La virgen de los sicarios y mi desilusión es tan grande que necesito compartirla: la filmación es espantosa, los diálogos pobres, la óptica desde la que se encara la historia, limitada.
Mejor apagar el televisor antes de que mi criticismo se ensanche. Por suerte es simplemente una mala película y apenas encuentre otra mejor me olvidaré del trago amargo.
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