Mi amigo Juanjo no da muchas explicaciones y como yo tampoco suelo pedir tantas, nos entendemos de lo más bien. Así fue que hoy me citó a las 19 hs para ver un concierto. La única advertencia: "mira que va el rey". Cuestión que me empilché y partí al evento sin tener idea de que se trataba.
Cuando llego me dice que íbamos a escuchar a la Sinfónica Nacional Sueca, dirigida por un joven venezolano apellidado Dudamel. Entonces entramos y nos acomodamos en la primera fila a esperar que arrancara nomas. Pero antes, el rey y la reina, con sus títulos de nobleza, nos obligaron a pararnos y los más fanáticos practicaron una reverencia. Después Dudamel y la Orquesta.
El concierto fue hermosísimo y eso que yo de música clásica, poco y nada (lo que llamo "un bache en mi formación"). Primero Beethoven que fue armonioso, etéreo, de una emoción serena y constante. Después Strauss, perturbador -poco diván-, tormentoso, acatártico (como bien dijo Juanjo "un tsunami de sensaciones").
La velada fue verdaderamente un gran difrute. El segundo violín lo manifestaba en la expresión de su cara. Dudamel en el cuerpo todo, que parecía quería explotar. El público en el aplauso infinito.
Al salir me di cuenta de que me había olvidado de sus altezas, creo que a todos nos pasó lo mismo. Preferimos la crespa y barbara melena de Dudamel a los civilizados trajes soberanos.
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